por Alejandro Cagliero
La guerra de Malvinas, sus antecedentes, su desarrollo y sus consecuencias forman parte de un espacio donde se entrecruza la historia cultural, social, política y militar de nuestro país, e incluso otras ramas del conocimiento, como la antropología y la sociología. Por lo tanto, Malvinas es un tema de alta densidad y que forma parte de lo que constituye el ser argentino/a.
Para este somero análisis, es importante tener en cuenta que, de acuerdo al Ministerio de Defensa de la Nación, el 52% del personal que participó en Malvinas, eran conscriptos o civiles desempeñando tareas particulares para las Fuerzas Armadas, como fue el caso de la Marina Mercante. Este es un dato no menor y altamente relevante en la posguerra.
Al finalizar la guerra, en junio de 1982, se desarrollaron, a grandes rasgos, dos maneras de analizar Malvinas; la primera, de carácter castrista, donde se habla de gesta patriótica heroica y se le da mayor relevancia al desarrollo cronológico de la guerra y al teatro de operaciones militares en su conjunto. El rol del conscripto, hoy veterano, es allí, una existencia temporal no sujeta a un contexto determinado. Es decir, el veterano no es tratado como una individualidad, sino como una pieza de una maquinaria bélica. Hay aquí, en la mayoría de los casos, una negación de la individualidad y una despersonalización de la guerra.
Por otro lado, una visión más revisionista, trata a la guerra como un acelerador histórico. La guerra era la única manera de salvar el pellejo a una dictadura militar que utilizó el poder represivo del Estado contra sus ciudadanos, principalmente durante la Guerra Sucia.
Malvinas, se transformó así, en un elemento aunador de la sociedad, que podía servir para hacer olvidar el pasado cercano y la sangre derramada. La dictadura, con su marcada violencia y coronada con la derrota en Malvinas, sencillamente colapsó. En esta visión, el soldado no era más que la carne de cañón de una dictadura sangrienta que buscaba salvar su existencia a toda costa. Ambas miradas, con sus aciertos y errores, caen en la banalización del veterano.
Con la llegada al poder de Raúl Alfonsín, a fines de 1983, y la búsqueda de construcción de un nuevo imaginario colectivo tolerante y democrático, se juzgó a la Juntas Militares y se intentó cerrar el capítulo más oscuro de la historia argentina contemporánea. El problema central, en el caso que estamos tratando, es que en esa vuelta de página quedó atrapado el veterano de Malvinas. Así, los sucesivos gobiernos quedarían atrapados en una retórica donde Malvinas era una causa nacional, pero se dejaba de lado las secuelas que la guerra había producido en los veteranos y en toda una generación. Sumado a ello, una sociedad agotada de casi 30 años de gobiernos autoritarios falló en incorporar al veterano al tejido social y los discursos que dan forma a nuestra idiosincrasia. El veterano quedó, así, marginalizado de la nueva construcción nacional democrática. Toda esa conjunción de hechos, es decir, las secuelas de guerra, el olvido del Estado y la marginalización discursiva y activa de buena parte de la sociedad, llevaron a una parte de quienes estuvieron en Malvinas a las adicciones, la violencia e, incluso, el suicidio.
Por eso, a 40 años de la guerra, deseamos identificar con nombre y apellido a cada uno de los soldados que participaron de aquella gesta y escuchar sus relatos históricos en primera persona para que, como sociedad, podamos repensar la cuestión de Malvinas y, sin caer en victimizaciones, comprender el rol que los conscriptos (hoy veteranos) tienen, tuvieron y tendrán en la construcción de un futuro para nuestro país y nuestras localidades del sur cordobés.
Otros datos que resultan importante destacar:
Los soldados conscriptos de Malvinas y los civiles afectados a las operaciones militares no se encontraban dentro del marco regulatorio de la ley N°19.101 de 1971, que definía el universo laboral dentro de las FF. AA profesionales y los grados de cobertura médica y obligatoriedad de la atención. Por lo tanto, luego de finalizado el conflicto, los veteranos de Malvinas quedaron huérfanos de leyes que les brinden contención y asistencia económica, laboral, social, física y psicológica, entre otras. Hacia 1983, el gobierno de facto en retirada prometió incorporar a los veteranos a la cobertura médica militar; sin embargo, al momento de abandonar la Casa Rosada, el 10 de diciembre de 1983, esa promesa no había sido cumplida por la dictadura.
- En 1988, el decreto 509 reglamenta la ley N°23.109, la cual acordaba los beneficios a los ex soldados conscriptos que participaron en las acciones bélicas desarrolladas en el Atlántico Sur, considera, en su artículo 1°, como “veterano de guerra a los ex-soldados conscriptos que desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982 participaron en las acciones bélicas desarrolladas en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), cuya jurisdicción fuera determinada el 7 de abril de dicho año y que abarcaba la plataforma continental, las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y el espacio aéreo correspondiente.” Obtenían también beneficios relacionados con la salud, el trabajo, la vivienda y la educación.
- En 1990, durante la presidencia de Carlos Menem, se aprueba la ley N°23.848 que establece la pensión vitalicia para los veteranos del Atlántico Sur, la cual era un monto igual al que percibe una persona que ocupa el lugar de cabo del Ejército Argentina.
- Durante el gobierno de Néstor Kirchner, y bajo el decreto 886/2005, se aumentó el régimen de pensiones que perciben los veteranos. La misma se estableció en tres haberes mínimos de acuerdo al Régimen Previsional Público.